La Copa América 2011 llegó ayer a su fin y la selección de Uruguay se coronó como campeona de la competición gracias a la garra, la casta, el esfuerzo y la unión de sus jugadores, siempre tan característica de los charrúas. Sin embargo, nada, absolutamente nada hubiera sido posible si no contara con dos de los mejores jugadores del mundo: Diego Forlán y Luis Suárez, la pareja del verano.
Se trata de dos debilidades futbolísticas para mi, el primero desde Villarreal y el segundo desde que despuntó en el Ajax. Uno se ganó mi cariño metiéndole chicharros al Barça, el otro me hizo soñar con su fichaje por el Madrid cuando se lo rifaba media Europa y el prefirió quedarse en Holanda para jugar la Champions. Diego se coronó en 2010 con dos goles en la final de la Europa League con el Atlético y más tarde en el Mundial de Sudáfrica, consiguiendo el Balón de Oro a mejor jugador del torneo. Era el primer mundial de Suárez, y todo el mundo estaba expectante por ver si era capaz de hacer las diabluras y, sobre todo, las enormes cantidades de goles que hacía en Holanda en el territorio de mayor nivel. Salió casi hombros habiendo marcado dos goles en octavos frente a Corea del Sur y salvando un gol de Ghana con la mano en cuartos que pudo costar la eliminación. Fue expulsado, pero los africanos fallaron el penalti y se convirtió en héroe.
Sus carreras no podían ir mejor, aunque Suárez siguió evolucionando. Tras jugar Champions con el Ajax, en el mercado de invierno fichó por el Liverpool, un grande de Europa, para demostrar que tenía nivel de crack de Premier League. Y lo demostró. Los reds caían en picado hasta la llegada de Daglish y el propio jugador uruguayo, que venía para cubrir el hueco que dejó Fernando Torres marchándose al Chelsea. Se convirtió en un jugador clave, goleador y asistente, que estuvo a punto de meter al Liverpool en Europa. Sin embargo, hasta ahora su calidad no ha sido correspondida por la prensa y la crítica. Mientras, en la capital española, a su pareja no le iba nada bien. El Mundial y el lastre de partidos que jugó con el Atlético durante la temporada 09/10 (los colchoneros llegaron a todas las finales) pesó mucho en el jugador, y no encontró su mejor nivel en toda la temporada. Firmó su peor registro en España, 8 goles en 32 partidos, incluso perdió la titularidad y fue apartado en numerosas ocasiones. La afición, que antes celebraba sus goles, comenzó a abuchearle como si de un vulgar pelagatos se tratara. Vidas muy distintas para dos jugadores que se reencontrarían en Argentina, para disputar el torneo más antiguo del mundo.
Fue difícil al principio para Forlán, centro de todas las críticas debido a su bajo estado de forma. Suárez, en cambio, marcaba el primer gol para los uruguayos en el campeonato. Pero Diego no decayó, y aprendió un rol que no había hecho hasta ahora: el de enganche infatigable, recorriendo todo el puntal de ataque de un lado a otro, sin descanso, para ayudar en defensa y arriba, para luchar los balones y abrir espacios para su compañero Suárez. Partidazo cuajaron ambos en cuartos de final frente a Argentina, sudando sangre hasta el minuto 120 jugando con diez, peleando los balones que llegaban como cuentagotas. En semis, el delantero del Liverpool volvió a marcar, esta vez dos tantos, pero Forlán seguía sin ver puerta, estaba desviado, todo lo que intentaba se le iba a las nubes. Aún así, su trabajo fue infatigable y constante. Y la afición charrúa se lo agradeció durante todo el torneo: ¡Diego, Diego!
Incluso en la gran final, Suárez parecía que se iba a llevar todos los méritos. En un recorte impresionante dentro del área a un defensa, firmó el primer gol para abrir el partido. Minutos después, asistía a Forlán para estrellar el balón contra el cuerpo de Justo Villar. Uno acertaba y el otro no. ¿Porqué? Pensaría el "Cacha", pero siguió luchando. Hasta que vio gol. Lo vio antes de chutar, antes de marcar. El disparo más certero de toda la Copa América entró limpio; y Forlán lo celebró como si fuera el último gol de su existencia. Pero aún hubo otro, al borde del final, con una asistencia de su compañero de cabeza (qué maravilla) y una definición de lujo. Entró en la portería lentamente, y el Monumental estalló. Tres a cero, con un magistral Diego y un magistral Luis. La pareja que todo equipo querría tener. Ambos encontraron la felicidad fuera de sus equipos, donde no se oyen las críticas, donde la afición está contigo pase lo que pase. La Copa América devolvió la sonrisa a Forlán, y encumbró a Suárez como uno de los mejores del mundo. Forlán y Suárez, Suárez y Forlán. Qué buenos sois.
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