lunes, 13 de febrero de 2012

Zambia es África

Muchos sueñan con imposibles. Pero por el simple de hecho de que son eso, imposibles, la mayoría acaban por dejarlos escapar. En la vida pasa esto un día si y al otro también. En los tiempos que corren la alegría no tiene cabida. El paro, la crisis económica, las tragedias naturales, la desesperación y la pobreza inundan a una sociedad que cada vez cree con más fuerza en un nuevo Apocalipsis. Sin embargo, en cada rincón del mundo, a pesar de lo difícil de convivir con tales desgracias, millones de sonrisas invaden las calles, los pueblos, las ciudades. Todos los días, a todas horas. Y la gran culpa de todo esto la tiene una simple esfera fabricada con vejigas de puercos hace más de doscientos años, que llevó la ilusión a miles de personas en su deseo de marcar un gol que les diera una ansiada victoria después de tantas derrotas en sus vidas. Hoy, y a través de diversas generaciones, el fútbol ha conseguido una globalización mundial que jamás se pudo imaginar. Si fueron los ingleses los primeros en institucionalizar el "juego de la pelota", actualmente se marcan goles de chilena, de jugada ensayada o de penalti a lo panenka en cada lugar del planeta, desde Australia a Groenlandia.

Y esa globalización ha permitido que cualquier persona, sea de donde sea, vuelva a soñar con imposibles. Como en Zambia. ¿Saben que es de este país? Se encuentra en el sur de África, tiene unos índices de pobreza sumamente elevados (alrededor del 60% de la población), está envuelto en un clima de corrupción y desempleo, con numerosos desafíos (asistencia sanitaria de poca calidad, una infraestructura deteriorada e inapropiada, acceso limitado a una educación de calidad y una economía que todavía no cumple con las necesidades de desarrollo que posee el resto de países). En 1993, este país estaba al borde del colapso con más del 86% de la población bajo la pobreza, pero había algo que mantenía la alegría en este pequeño territorio africano: su selección nacional de fútbol. Los hombres que formaban parte del combinado zambés eran admirados y venerados no sólo en Zambia, sino en toda África. Liderados por el gran jugador del PSV Eindhoven, Kalusha Bwalya, éstos jugadores se consideraban la mejor generación de la historia del país, capaces de golear a una Italia favorita al oro en los Juegos Olímpicos de 1988 (4-0) y valorados por los expertos como la "esperanza africana" en los futuros mundiales. Sin embargo, el destino le tenía reservado otro palo a los zambianos: ese mismo año, en un viaje de la plantilla rumbo a Gabón, el avión cayó en picado al mar a causa de un fallo en los motores. Falleció la tripulación en su totalidad. La mejor generación de Zambia se hundió en las profundidades, causando una de las mayores tragedias de la historia del fútbol.

Fue muy duro para Zambia. Durísimo. Pero supo reponerse. El mejor jugador de aquella selección, Kalusha Bwalya, sobrevivió al accidente, ya que no viajó con la expedición al estar lesionado. Se hubiera cambiado por cada uno de sus compañeros, lloró hasta la saciedad por ellos, pero miró hacía adelante: "Ha muerto una parte de Zambia, pero está por llegar otra nueva Zambia. Lo fácil sería arrojar la toalla, no lo haremos". Increíblemente, aquella nueva Zambia llegó a la final de la CAN en 1994, cayendo ante Nigeria con la cabeza bien alta y el mundo entero alucinado.


Ahora, diecinueve años después de la horrible tragedia de Gabón, Zambia volvió a una final de la CAN, precisamente en Gabón. Nunca la ganó antes, quizás por el destino, quizás porque se antojaba imposible que un país tan pobre, tan pequeño y tan desestructurado pudiera soñar con metas tan altas. Cuando era la mejor, se le apartó del camino por culpa de un avión que cayó al vacío. Hoy, en el puesto nº 71 del ranking FIFA, Zambia se cargó a las grandes selecciones y se alzó con el título que llevaban esperando toda la vida. Se esperaba una final Ghana - Costa de Marfil y el increíble combinado dirigido por Hervé Renard venció a ambas, con un fútbol atrevido a pesar de su notable inferioridad. En una CAN sorprendente de principio a fin, todo el mundo pensó que iba a triunfar la táctica, la europeización, el orden y la defensa. Así llegó Costa de Marfil a la final, sin encajar un sólo gol en toda la competición y ganando cada partido con sobriedad y sin demasiada brillantez. Cuando se topó con la alegre Zambia, el equipo que más problemas en defensa le causó, se vio desbordada. El técnico marfileño, François Zahoui, jugó la prórroga sin apenas centro del campo, con Yaya Touré en el banquillo y Doumbia (delantero refencia del CSKA) sin jugar un sólo minuto. Basó su juego en el orden durante todo el campeonato y renunció a él en los 30 minutos más decisivos.

Incluso los marfileños desperdiciaron un penalti (fallado por Drogba). Pero era el destino. En una tanda de penaltis tan larga como emocionante, Zambia logró el título de campeón de África en el decimoctavo lanzamiento, obra del defensor Sunzu. El equipo de los Katongo, Mayuka, Kalaba, Mweene y compañía honró a aquellos que murieron en 1993, brindaron una Copa Africana a  un país sumido en la miseria y demostró que la globalización del fútbol va cada vez más rápida, atravesando los lugares más inhóspitos y llevando la alegría a millones de personas que necesitan sonreír. Quedó demostrado que África, al contrario que Europa, es alegría. Y Zambia, al contrario que Costa de Marfil, Ghana o Senegal, es África.

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