Ha pasado de todo en 2010. Podría enumerar miles de momentos inolvidables y triunfadores en estos 365 días. Pero a mí y al resto de los españoles sólo se nos puede venir una cosa en mente cuando hablamos de lo mejor del año, que digo del año, del milenio. Porque es algo que nos cambió la cara a todos, desde los más pequeños a los más ancianos; desde los más futboleros a los que se les da mejor las canastas; desde el presidente hasta el último hombre del mundo. Un 11 de Julio de 2010 España se bañó en oro, pero en oro recién pulido en el Olimpo de los dioses. Sí, aquel día España se hizo, por primera vez en toda su historia, Campeona del Mundo.
La derrota contra Suiza me pilló en pleno crucero de viaje de fin de estudios, nada menos que en una excursión a la Torre de Pisa. Casi nadie quería ver el partido, todos deseaban ver la famosa torre inclinada. Yo hice lo que pude para irnos cuanto antes al bar, gastarme lo que fuera en una botella de agua y contemplar el primer partido de la Roja en tierras sudafricanas. Por desgracia, ibamos perdiendo, pero mereciendo ganar y por mucho. Al final acabaron derrotados, y yo con el gusto amargo de saber que lo que yo había visto no se correspondía con el resultado, pero una vez más caíamos como en todos los Mundiales. Los italianos estaban encantados, recuerdo como celebraron la victoria Suiza. Es triste pensarlo, porque al final fueron ellos, los que eran los vigentes campeones del mundo, aquellos que se fueron ridiculizados por Paraguay y Eslovaquia. Al día siguiente lo tenía claro, ibamos a Roma y lo primero que hice nada más levantarme fue ponerme la zamarra española, para demostrar que había un español en Italia, por lo menos uno, que todavía se sentía orgulloso de aquella selección. Incluso le dije a un italiano por la calle que ibamos a ganar el Mundial pese a perder el día anterior contra los suizos. El italiano se reía, pero quizás después del campeonato se acordó de aquel español que predijo aquella victoria. Aunque fuera sólo para abanderar a un equipo del que no debíamos renunciar jamás, ni siquiera por una derrota tan dolorosa como aquella.
Ninguna selección había ganado el Mundial perdiendo el primer partido en toda la historia. Iniesta, uno de los mejores jugadores del equipo, se lesionó a las primeras de cambio; y Fernando Torres se encontraba en un bajísimo estado de forma. Sin embargo, los españoles se crecieron ante la adversidad, y con dos golazos de David Villa ganamos a Honduras con comodidad, aunque no con excesiva contundencia. Chile estaba un peldaño por delante y parecía un rival extremadamente complicado. Sin embargo la Selección creció en su juego y ganó, con goles de Villa e Iniesta, en un partido quizás más placentero que el anterior, ya que marcamos pronto y los chilenos se conformaban con la derrota, pues se clasificaban igual. Los siguientes cuatro partidos fueron impresionantes, cada uno con su historia: la fuerza de Llorente para descolocar a los portugueses, los penaltis contra Paraguay y el gol de carambola de Villa, el golazo de estrategia entre Xavi y Puyol a Alemania... y una final impresionante, que pude vivir con gente del Barça, del Madrid, del Athletic, del Deportivo... y que sufrí, disfruté, me emocioné y casi lloré como si fuera un crío por esa ocasión fallada de Ramos, por las brutales patadas, por los unos contra uno de Robben con Iker, por la ocasión de Villa, de Capdevila, de Ramos de nuevo, de Cesc, de Navas, por la expulsión de Heitinga y sobre todo por aquel carrerón de Jesús Navas, aquella maravillosa internada que choca contra los holandeses, que llega al magistral taconazo de Andrés Iniesta, que deja para el toque de Cesc de nuevo para Navas, que abre sensacionalmente para Fernando Torres, que centra para que un defensor la despeje, y aparezca Cesc, dándosela a un gran Andrés Iniesta que, con un control orientado y una volea sublime, hizo que entrara el Jabulani hasta el fondo de la red, donde queríamos ver el balón tras 117 minutos de infarto, tras un mes de grandes emociones, tras dos años de auténtica magia futbolística, tras décadas de infortunios y hambre de victorias...
Sí, yo puedo decir a mis 19 años que he visto a España ganar un Mundial de Fútbol, un Mundial que sólo mereció España, porque siempre buscó la victoria, siempre miró hacia la portería y siempre trató de encontrar el mejor camino para llegar a esa Copa del Mundo, el hacer del fútbol el juego más precioso que existe.
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